Los bulos sobre ciencia y salud durante la pandemia

Conocer cómo funcionan los bulos nos puede ayudar a evitarlos.

En paralelo con la pandemia de la COVID-19, se han difundido una enorme cantidad de bulos principalmente a través de las redes sociales. Este fenómeno alcanzó tal envergadura que la OMS lo describió como una “infodemia masiva”, la otra pandemia de desinformación. Advirtió, además, de sus peligros, debido a que impide que el público acceda a información fiable sobre la enfermedad. Muchos de esos bulos estaban relacionados con temas científicos y de salud.

En lengua inglesa se distingue entre disinformation, que se refiere a la transmisión voluntaria de falsedades y bulos, de misinformation, cuando se transmiten errores, pero de forma involuntaria. Ahora, acabamos de publicar en PLOS ONE un estudio sobre la desinformación (intencionada) de bulos relacionados con la salud y la ciencia sobre la COVID-19 en España.

Análisis del contenido de los bulos relacionada con la salud y la ciencia sobre la COVID-19 en España

El artículo Health and science-related disinformation on COVID-19: A content analysis of hoaxes identified by fact-checkers in Spain es de libre acceso.

Para ello, hemos analizado un total de 533 bulos publicados en las webs de las tres principales organizaciones de verificación de datos de España (Maldita, Newtral y EFE Verifica). Estas son las únicas organizaciones españolas certificadas por la International Fact-Checking Network (IFCN), que fue creada en Estados Unidos en 2015 por el Instituto Poynter, entidad que evalúa la calidad del trabajo de las organizaciones de verificación en todo el mundo.

Se han analizado los bulos durante un período de tres meses, desde el 11 de marzo al 10 de junio de 2020 (El 11 de marzo de 2020 fue el día que la OMS declaró la pandemia de COVID-19. El primer estado de alarma en España duró del 14 de marzo al 21 de junio de ese mismo año).

Más de un tercio de todos esos bulos (187) estuvieron relacionados con temas de salud y ciencia. La mayoría de ellos (el 55%) se transmitieron durante el primer mes del estado de alarma, probablemente porque la situación que estábamos viviendo era nueva, el nivel de incertidumbre muy alto y la falta de información tremenda. En el estudio hemos analizado, entre otras cosas, en qué tipo de plataforma se distribuyeron (redes sociales u otras), el formato (texto, foto, video…), la extensión geográfica (internacional, nacional o local), el tipo de desinformación (broma, exageración, descontextualización o un engaño puro y duro), el tipo de fuente (si era real, anónima o falsa) y si estaba relacionado con investigaciones científicas, con temas de política científica o gestión sanitaria, o si eran bulos relacionados con consejos falsos al público.

Los resultados han demostrado que más del 50% de los bulos de ciencia y salud se han distribuido por redes sociales. Sorprende que más del 25% se transmitieron vía WhatsApp, una red de mensajería que hasta entonces solo habíamos empleado para comunicarnos de manera rápida en entornos familiares y de amigos, pero ¿quién no ha recibido un bulo vía WhatsApp durante la pandemia? Los bulos también se movieron vía Twitter (12%), Facebook (8%), YouTube (5,5%) e Instagram (2%). Este resultado concuerda con lo que ya se había demostrado, que el uso de las redes sociales aumentó significativamente durante el confinamiento. Respecto al tipo de desinformación, más del 60% eran auténticos bulos o engaños, un 23% eran afirmaciones fuera de contexto, un 14% exageraciones y solo un 1% eran bromas (algunas de tan mal gusto como “¿Quiere usted contagiarse del coronavirus? Por sólo 60 euros le infectamos”).

Un tercio de los bulos estaban relacionados con la investigación científica, la mayoría de ellos sobre el origen del virus (42%), pero también sobre otros temas como falsos tratamientos (25%), vacunas (15%), la tasa de mortalidad (5%) o la transmisibilidad del virus (5%). Algunos de los bulos más curiosos a modo de ejemplo fueron: el 5G es el responsable de la propagación del virus, fumar te protege contra el coronavirus, consumir alimentos alcalinos cura la enfermedad, tomar el sol previene la COVID-19, el oftalmólogo chino que aseguraba que consumir café curaba la enfermedad, imágenes de gente llorando por el alto costo de las mascarillas…

La ciencia exprés a alta velocidad

Aunque había bulos sin ninguna base científica, otros estaban relacionado con investigaciones que todavía estaban en su estado inicial o eran estudios preliminares, con malas interpretaciones o por pre-publicaciones (preprints) que se habían hecho públicos pero que todavía no estaban revisados. Parte del problema ha sido la necesidad de compartir resultados en tiempo real, lo que hemos denominado “la ciencia apresurada, exprés o a alta velocidad”.

A finales de enero de 2020, la revista Nature publicó un comentario en que su autora se asombraba de que en menos de veinte días desde que se había anunciado la existencia del nuevo coronavirus chino se habían publicado más de 50 artículos científicos. Ya entonces esa cifra era impresionante. A día de hoy, hay más de 240.000 artículos científicos sobre el virus SARS-CoV-2 o la enfermedad COVID-19 en PubMed, superando los que aparecen bajo el epígrafe de “malaria”, por ejemplo. El número de publicaciones científicas durante la pandemia, y especialmente el de preprints, ha sido de tal envergadura que no solo los propios científicos, sino también las editoriales y las revistas especializadas, se han visto desbordados.

Algunos de estos artículos no eran más que opiniones o simples recomendaciones. Además, durante este tiempo se han publicado artículos científicos de baja calidad pero de gran repercusión mediática, mientras que otros han sido interpretados fuera de contexto o incluso de forma errónea por personal no especializado. También en ocasiones se han tomado como hechos científicos demostrados los resultados publicados de esta forma.

La COVID-19 ha sido una tormenta perfecta para difundir tanto informaciones erróneas como noticias deliberadamente falsas o bulos. Ya en 2018 la revista Science publicó un trabajo sobre la difusión de noticias en las redes sociales y constató que las noticias falsas se retuitean un 70 por ciento más que las que son ciertas. En definitiva, las noticias falsas se difunden mucho más rápido y llegan a más personas que las verdaderas.

Un ejemplo de las consecuencias de esta “ciencia apresurada” fue un artículo que proponía que el SARS-CoV-2 era una mezcla artificial generada por ingeniería genética en un laboratorio, entre un coronavirus y el retrovirus VIH que causa el SIDA. Este artículo fue publicado como preprint el 30 de enero de 2020 y retirado por los propios autores el 2 de febrero al comprobar que había errores en sus análisis bioinformáticos y en su interpretación. Sin embargo, el artículo llegó a descargarse más de 1,6 millones de veces y fue uno de los más comentado en las redes sociales, promoviendo el bulo del origen artificial del SARS-CoV-2. Desgraciadamente, Luc Montagnier, Premio Nobel de Medicina en 2008, por haber sido el codescubridor del virus VIH, se hizo eco de este bulo. Conviene recordar aquí que, en los últimos años, el prestigio de este investigador se ha visto ensombrecido por su apoyo a los movimientos antivacunas y a favor de la medicina homeopática.

“Médicos o biólogos por la verdad” han sido responsables de la transmisión de bulos y han puesto incluso en peligro la salud de mucha gente

Este caso también lo podemos relacionar con el problema de lo que denominamos “autoridad ampliada”: personajes reales, o incluso ficticios, que con la excusa de su autoridad, por ser médicos o científicos, se dedicaron a transmitir falsedades y fueron un fuente muy grave de desinformación. Casos como “Médicos o biólogos por la verdad” han sido responsables de la transmisión de falsedades y bulos y han puesto incluso en peligro la salud de mucha gente.

Como ejemplo, te puede interesar “Sobre las Reflexiones del Decano del Colegio Oficial de Biólogos de Euskadi» (11/08/2020).

Nunca hemos tenido tanto conocimiento científico ni tanta capacidad técnica para enfrentarnos a una pandemia como este momento. Pero la ciencia necesita reposo, tiempo, repetir experimentos, que otros confirmen los mismos resultados y que unos científicos evalúen a otros. El quehacer científico a veces no es compatible con la inmediatez de la noticia. Los medios de comunicación exigen mucha información y de forma inmediata. La ciencia responde con miles de publicaciones, en abierto, para que puedan ser compartidas por toda la comunidad científica. Pero esta crisis ha subrayado la difícil relación entre la ciencia exprés y la necesidad de comunicación de los medios, que acaba generando falsas interpretaciones e incluso bulos más o menos malintencionados, un terreno abonado para los charlatanes y las conspiraciones.

Fraude científico y politización

Desgraciadamente, algunos temas relacionados con la pandemia han sido enturbiados por la acción política. Por ejemplo, el hecho de que se recomendara el uso de la mascarilla o incluso se obligara a usarla para prevenir rebrotes del virus, ha dependido más de la ideología del gobernante que de criterios científicos. En Estados Unidos, la recomendación de su uso ha sido muy diferente según el gobernador fuera republicano o demócrata.

Quizá el caso más escandaloso ha sido el de la hidroxicloroquina, un compuesto químico derivado de la cloroquina que se ha empleado durante años contra la malaria y en algunos casos de artritis reumatoide. Se sabía que esta droga era también un potente antiviral porque bloqueaba la entrada de los virus en general a la célula. Estudios preliminares habían demostrado que este compuesto era capaz de inhibir la multiplicación del SARS-CoV-2 in vitro en cultivos celulares en el laboratorio. Estos resultados hicieron que la hidroxicloroquina fuera uno de los antivirales que primero empezaron a ensayarse en los casos más graves de COVID-19. Un famoso (y también peculiar) microbiólogo francés, Didier Raoult, asesor del Gobierno de Francia en la lucha contra la pandemia, rápidamente publicó que este compuesto era eficaz en humanos contra el coronavirus.

La OMS incluyó la hidroxicloroquina en el ensayo clínico Solidaridad. Sin embargo, algunos científicos criticaron el trabajo de Raoult y alertaron de posibles efectos secundarios y de no haber encontrado beneficios significativos en los pacientes. El propio Raoult denunció un complot y acusó al Consejo Científico de Francia y al laboratorio norteamericano Gilead de frenar el uso de la hidroxicloroquina que, por ser un remedio disponible y barato, resultaba poco lucrativo para las grandes farmacéuticas.

Este asunto se enturbió todavía más cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, reveló en una rueda de prensa que estaba tomando hidroxicloroquina para prevenir el coronavirus. La consecuencia de aquella excentricidad fue que, en algunos lugares, hubo desabastecimiento del producto, por lo que algunos enfermos que realmente lo necesitaban tuvieron problemas para conseguirla. Por tanto, la eficacia de la hidroxicloroquina se volvió un asunto político, con unos a favor y otros en contra, por motivos más ideológicos que científicos.

Para complicar más el asunto, un artículo publicado en una de las revistas más prestigiosas del ámbito de la biomedicina, The Lancet, advertía de que la hidroxicloroquina no solo era inútil sino que estaba relacionada con efectos adversos graves y con un incremento del riesgo de muerte. El trabajo no era experimental, los autores se basaban en datos estadísticos de más de 96.000 pacientes de 671 hospitales de todo el mundo. Basándose en este estudio, la WHO decidió suspender el empleo de la hidroxicloroquina. Sin embargo, posteriormente un grupo de 120 científicos de 24 países cuestionaron a su vez estos resultados y analizaron minuciosamente los datos publicados en The Lancet. Comprobaron que tanto el diseño experimental como la base de datos en la que se basaban los autores no eran fiables. Se confirmó que el trabajo era un fraude y que incluso algunos de los autores ya habían sido denunciados por mala práctica con anterioridad. La revista The Lancet tuvo que retirar el artículo dos semanas después de su publicación y este suceso fue denominado #TheLancetGate. Afortunadamente, con la pandemia de la COVID-19, en la que, como hemos visto, la ciencia ha ido a alta velocidad, las rectificaciones también han sido exprés: la revista retiró el polémico artículo de la hidroxicloroquina en tan solo dos semanas.

¿Significa todo esto que la hidroxicloroquina sirve para curar la COVID-19? Si la hidroxicloroquina sirve o no debe decidirse por criterios científicos, no políticos, económicos o financieros. La Organización Mundial de la Salud decidió reanudar su uso en sus ensayos clínicos y, finalmente, se demostró que no es un fármaco adecuado para el tratamiento de la enfermedad. Lo ocurrido con la retirada de los resultados en The Lancet, gracias a las aportaciones de muchos científicos que detectaron errores tras su publicación, demuestra que el método funciona y que la trampa, el fraude o el simple error se detectan con rapidez.

Cómo detectar y evitar un bulo

Te recomiendo la Guía para esquivar la desinformación en salud, que hemos desarrollado dentro del proyecto RRSSalud. Te concreta aquí algunos consejos que vienen detallados en dicha guía:

Analiza la fuente: busca la fuente de la información y compárala con otras fuentes alternativas sobre el mismo tema o noticia. Desconfía de la información en los siguientes casos:
– si es anónima o proviene de un medio desconocido, poco fiable o del que hay antecedentes de falsedades;
– si carece de referencias externas o no proviene de fuentes expertas y autorizadas en ese tema concreto;
– si incluye expresiones como “los expertos dicen”, sin identificarlos de forma concreta y expresa.

Analiza el estilo y el contenido: desconfía cuando aparezcan “señales” como las que te indicamos a continuación:
– titulares impactantes en tono sensacionalista;
– redacción poco profesional;
– tipografía no habitual;
– contenidos especialmente llamativos o excepcionales, sensacionalistas o alarmistas. Cuanto más inquietante o sorprendente sea una noticia, más opciones tendrá de que sea mentira.

Analiza el contexto:
– verifica la fecha y desconfía si la información es antigua o carece de fecha;
– desconfía si las imágenes o vídeos están fuera de contexto;
– desconfía de datos o cifras “sueltas”, dadas sin el contexto adecuado o sin mostrar una tendencia;
– desconfía de las “últimas noticias” que difunden de forma inmediata algún resultado puntual, ya que la investigación científica requiere comprobaciones posteriores.

Analiza la argumentación:
– desconfía de informaciones que carecen de argumentos o si su argumentación es débil, incompleta o contradictoria;
– desconfía si hay evidencias falsas o errores;
– desconfía si la “causa” de un efecto solo se basa en una “correlación” temporal o geográfica. Recuerda que la correlación no implica causalidad.

Analiza los sesgos ideológicos: ten en cuenta que la información puede tener sesgos ideológicos, a favor o en contra de determinados planteamientos políticos, económicos, sociales, etc.

Analiza cómo se ha hecho la difusión: la distribución automatizada de información a veces también se emplea para difundir desinformación, por lo que deberías desconfiar de difusiones sospechosas. Desconfía de las redes sociales y de mensajería.

 

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