No, las vacunas no son la causa del autismo

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Robert F. Kennedy Jr., Secretario de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, lleva mucho tiempo criticando las vacunas y ha expresado en varias ocasiones que las inyecciones infantiles causan enfermedades del desarrollo e incluso autismo. Estas afirmaciones han generado un aumento de los movimientos contrarios a las vacunas.

Un estudio reciente sugiere que, a pesar del éxito de los programas de vacunación que han prevenido más de 154 millones de muertes infantiles en los últimos cincuenta años, la cobertura vacunal mundial se ha atascado o incluso empeorado. Una de las razones tiene que ver con la desinformación y la desconfianza hacia la vacunación. Se pone ya en duda uno de los objetivos de la Agenda de Inmunización de conseguir reducir a la mitad el número de niños sin ninguna dosis de vacuna para 2030.

Autismo y vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola

El trastorno del espectro autista es un grupo heterogéneo de trastornos del neurodesarrollo caracterizados por alteraciones en la interacción social, déficits en la comunicación verbal y no verbal, y patrones restringidos, repetitivos y estereotipados de comportamiento. El término incluye el autismo, el trastorno de Asperger y el trastorno generalizado del desarrollo. Uno de los grandes problemas es su heterogeneidad clínica, de hecho, es un cajón de sastre donde se agrupan numerosos síndromes clínicos. La mayoría de estos síntomas suelen aparecer al año y medio de edad. Las causas del autismo se desconocen y existe un intenso debate y mucha investigación al respecto. Influyen varios factores, desde genéticos, neurológicos y bioquímicos hasta ambientales.

La coincidencia en la edad en la que aparecen los síntomas del autismo y en la que se administran las vacunas ha hecho que se relacionen ambos hechos sin ningún fundamento científico. El autismo se ha relacionado con las vacunas en dos escenarios: con la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola (SPR), y con el timerosal y el aluminio, conservantes que se añadían en algunas vacunas.

Respecto a la vacuna SPR, la polémica comenzó en 1998 cuando el médico Andrew J. Wakefield sugirió una posible relación entre la vacuna y el autismo. La noticia se difundió en todos los medios de comunicación, cundió el pánico y se redujeron drásticamente las coberturas vacunales en muchos países. Sin embargo, se acabó demostrando que Wakefield había cometido fraude científico al falsificar datos: se demostró que algunos niños ya tenían síntomas neurológicos antes de ponerles la vacuna; algunos síntomas aparecieron varios meses después de la vacunación, por lo que no se podía demostrar la relación directa entre ambos hechos; y los pacientes del estudio habían sido reclutados durante una campaña anti-vacunación. Wakefield fue expulsado del registro de médico de Gran Bretaña.

Posteriormente, se realizaron gran cantidad de estudios con el objetivo de evaluar la seguridad de la vacuna. En ninguno de ellos se ha encontrado nunca una relación entre esta vacuna y el autismo. Por ejemplo, en 2014 se revisaron más de mil trabajos científicos en los que habían participado cerca de 1,3 millones de niños en Reino Unido, Japón, Polonia, Dinamarca y Estados Unidos. Los resultados demostraron que no existe ninguna relación entre la vacunación y el trastorno del espectro autista, incluso sugiere que entre los grupos de niños vacunados el riesgo de autismo sería inferior.

Y de forma similar se publicó en 2021, en una revisión exhaustiva de más de cincuenta y seis mil artículos relacionados con las vacunas. Las conclusiones confirmaban lo que ya se había publicado con anterioridad: existe una fuerte evidencia de que no hay ninguna relación entre las vacunas y el autismo y otros eventos adversos graves.

El timerosal y el alumnio de las vacunas

El timerosal (o tiomersal) es un derivado del mercurio de muy baja toxicidad y con gran poder antiséptico y antifúngico. Es un compuesto orgánico que contiene etilmercurio, que ha sido empleado como conservante en algunas vacunas, para prevenir el crecimiento de microorganismos que las puedan contaminar. No solo se usa en las vacunas sino también en otros productos médicos como preparaciones de inmunoglobulinas, antígenos para diagnosis de alergias, antisueros, productos nasales y oftálmicos. No todas las vacunas llevan timerosal. Únicamente las vacunas en formato multidosis contienen dosis muy bajas, para asegurar que se conservan de manera adecuada, evitando que crezcan bacterias u hongos.

La preocupación por el mercurio surgió a partir de las intoxicaciones por metilmercurio en el pescado, un compuesto neurotóxico capaz de concentrarse en el organismo y de pasar por la cadena alimentaria. Pero el etilmercurio del timerosal no es lo mismo que el metilmercurio. El etilmercurio no se acumula en el organismo y se elimina rápidamente.

La baja toxicidad del timerosal se puso en evidencia tras su utilización como sustancia para el tratamiento de la meningitis durante una fuerte epidemia ocurrida en Indiana (Estados Unidos) en 1929, cuando todavía no había antibióticos. El timerosal no funcionó como método curativo de la meningitis, pero ya entonces quedó clara su inocuidad en dosis diez mil veces superior a la que contenían las vacunas. Hay una sólida evidencia de que los niños autistas tienen los mismos niveles de mercurio que los no autistas.

Respecto al aluminio, ahora se acaba de publicar otro estudio para investigar si la exposición acumulada a este compuesto contenido en las vacunas administradas durante los primeros 2 años de vida está asociada con el desarrollo posterior de enfermedades autoinmunes, alérgicas o neurológicas, como el autismo. Han analizado datos de todos los niños nacidos vivos en Dinamarca entre el 1 de enero de 1997 y el 31 de diciembre de 2018. Se ha estudiado la cantidad total de aluminio recibida a través de las vacunas (difteria, tétanos, tos ferina acelular, polio inactivado, Hib, neumococo) hasta los 2 años y se ha hecho un seguimiento hasta los 5 años de edad. No se encontró asociación entre la exposición acumulada al aluminio por las vacunas en los primeros años de vida y el riesgo de desarrollar enfermedades autoinmunes, atópicas/alérgicas o trastornos del neurodesarrollo. Este estudio proporciona una evidencia poblacional sólida y bien controlada para refutar preocupaciones infundadas sobre que las vacunas con aluminio causen autismo u otras enfermedades crónicas.

En conclusión, existe una extensa y sólida evidencia epidemiológica respecto a la ausencia de relación entre las vacunas, el timerosal, el aluminio y  la prevalencia de autismo en la población. Las vacunas son los medicamentos más regulados, vigilados y seguros, y son la mejor estrategia para prevenir enfermedades que pueden llegar a ser mortales.


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