Heredamos bacterias de nuestra madre y las compartimos entre nosotros

El mayor estudio hasta ahora para entender cómo compartimos bacterias entre nosotros

La microbiota humana es el conjunto de microorganismos (bacterias, virus, hongos y protistas) que viven en nuestro organismo. El término microbioma hace referencia al conjunto de genes de esa microbiota. Se acaba de publicar el trabajo más completo y extenso hasta ahora sobre la transmisión de bacterias intestinales y de la boca entre personas. En él han trabajo 43 investigadores de 18 centros de investigación de 10 países distintos. Han analizado ocho bases de datos con 9.700 microbiomas humanos completos de varios países: Argentina, Colombia, China, Italia, Guinea-Bissau y EE.UU. El estudio incluye miles de muestras de heces y saliva de distintos grupos: madres e hijos, nonagenarios (entre 94-105 años) y sus descendientes, voluntarios sanos que conviven juntos en la misma casa, cientos de familias, grupos de gemelos, personas con distinto origen geográficos, estilos de vida, tradiciones y culturas diversas. El estudio se ha hecho mediante técnicas de metagenómica: extracción del ADN de las muestras, secuenciación y análisis bioinformático. Con un sencillo ejemplo entendernos en qué consiste esta metodología. Imaginemos que yo les digo una frase, solo una frase y con esa información son capaces de identificar el título del libro y su autor. Si digo: “En un lugar de la Mancha…”, muchos sabrán que estamos hablando de la novela “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” escrito por Miguel de Cervantes Saavedra. Los más listos incluso serán capaces de ponerle fecha, escrito a principios de 1600. No necesitamos leer todo el libro para saber cuál es. De manera similar, estas técnicas de metagenómica permiten detectar e identificar qué bacterias hay en la muestra, concretando hasta el tipo de cepa, sin necesidad de cultivarlas en el laboratorio, solo “leyendo” parte de la información que está en su ADN.

Ya sabíamos que heredamos bacterias de nuestra madre, en el momento del parto. Incluso que nos alimentaba con bacterias: la leche materna no es estéril. Sabíamos también que compartimos bacterias entre nosotros y que cada uno contiene una microbiota personal, que nos distingue unos de otros. Pero hasta ahora todos estos resultados se habían obtenido con un número de muestras muy limitado. Por la extensión y profundidad de este nuevo estudio, los resultados se confirman de forma contundente y robusta. Han caracterizado y cuantificado el patrón de transmisión de bacterias, a nivel de cepa, de persona a persona, en distintos escenarios, para entender cómo compartimos bacterias entre nosotros. Lo primero que llama la atención es que el 37% de todas las cepas detectadas corresponden a genomas de bacterias desconocidas, que no somos capaces de cultivar en el laboratorio y que ni siquiera tienen nombre. Es como si nos perdiéramos la información de más de un tercio de la novela: está escrita, pero no sabemos su significado. Esto confirma el hecho de que todavía nos queda mucho por descubrir del mundo microbiano que habita en nuestro interior. En este trabajo el objetivo es entender cómo intercambiamos las bacterias “humanas”, por eso en el análisis descartaron las cepas de bacterias de origen alimentario, que provienen directamente de los alimentos que ingerimos.

La transmisión de madre a hijo

Los bebés de 0 a 3 años comparten con sus madres un 34% de las bacterias, el mayor porcentaje encontrado en el estudio. Durante el primer año de vida, los bebés pueden llegar a compartir con su madre la mitad de las cepas de bacterias. Este trabajo confirma además que los bebés que han nacido por parto vaginal tienen (durante el primer año de vida) una tasa de bacterias compartidas con su madre mayor. En el estudio destacan que algunas bacterias se transmiten con mayor frecuencia de madres a hijos, como, por ejemplo, Bacteroides vulgatus y Bifidobacterium longum. Después de los tres años, esa tasa de bacterias compartidas va disminuyendo hasta acabar siendo similar al de las personas que viven juntas. Cuando se comparan esas tasas de transmisión de bacterias entre madres-hijos con la de padres-hijos, las tasas tienden a ser mayores entre madres-hijos, lo que se interpreta como resultado de un mayor contacto de las madres con su descendencia y el efecto de la alimentación con leche materna.

Transmisión entre convivientes

Los mayores de cuatro años que viven en la misma casa, comparten un 12%. Los adultos que no habitan juntos, pero viven en el mismo pueblo, comparten un 8%. La tasa de transmisión entre personas que viven juntas en la misma casa es mayor, por tanto, que entre las que no viven juntas, aunque sean del mismo pueblo. Con la edad ese efecto es menor, lo que confirma una mayor resistencia a la colonización en personas mayores. Se observa también que los gemelos adultos que no habitan juntos comparten también un 8%, pero esa tasa disminuye conforme pasan más años separados. En el caso de los gemelos, hay un efecto genético moderado, ya que los gemelos monocigóticos tienen tasas más altas que los dicigóticos, aunque la influencia de la cohabitación en la tasa de bacterias compartidas es cuantitativamente mayor que la genética o la edad.  Mientras que la transmisión de bacterias de la madre al bebé es una transmisión vertical, la transmisión horizontal entre convivientes y vecinos es debida a interacciones personales al compartir un mismo ambiente. Las bacterias más trasmisibles coinciden con las observadas entre madres e hijos, lo que sugiere que los géneros Bacteroides y Bifidobacterium son “super” transmisibles, independientemente del modo de transmisión. Los resultados también muestran que la transmisión de bacterias orales (de la boca) entre personas es más frecuente que las intestinales, algo que por otra parte parece evidente. Independientemente del parentesco, el contacto estrecho entre convivientes parece favorecer la transmisión oral de las bacterias.

Transmisión entre poblaciones distintas

Por el contrario, el % de bacterias compartidas entre personas que viven en pueblos distintos es prácticamente inexistente. Cuando se comparan poblaciones distintas que no tiene ningún tipo de contacto o relación entre ellas, el porcentaje de individuos que no comparten ninguna bacteria (tasa de bacterias no compartida) es del 97%. Todo esto confirma que compartimos bacterias con las personas con las que estamos más cerca, nuestros familiares, con los que convivimos o nuestros vecinos. Y que cada uno de nosotros tiene su propia “firma” de bacterias o microbioma.

La composición y diversidad de la microbiota influye en nuestra salud. Entender cómo compartimos algunas de esas bacterias entre nosotros es fundamental para controlar las enfermedades. Este trabajo refuerza la hipótesis de que algunas enfermedades que consideramos no transmisibles pero que sabemos que están influenciadas por la microbiota, pueden quizá tener un cierto grado de transmisibilidad.

The person-to-person transmission landscape of the gut and oral microbiomes. Mireia Valles-Colomer, M., y col. 2023. Nature. doi: 10.1038/s41586-022-05620-1.

Una versión de este artículo ha sido publicado también en The Conversation.

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